Recordar lo que me hizo sentir en el momento.
Iván Romero
En estas pinturas de Iván Romero más que las rigurosas operaciones técnicas propias del oficio se nos muestra un modo de estar atento a las vibraciones y resonacias que el recuerdo de la vivencia del paisaje suscita.
Luego de preparar la tela, con acrílicos y pigmentos se alimenta, con transparencias y veladuras de manchas y pinceladas, creando metáforas del paisaje que despiertan desde su evanescencia para resurgir en gestuales edificaciones de sensaciones y experiencias sensibles, como exhalaciones de la memoria, del alma, buscando cuerpo para hallarse y no sucumbir a la vastedad del olvido.
Con el empuje del recuerdo de sensaciones y sentimientos las manchas y pinceladas se separan y mezclan resguardadas entre lo real y lo que no lo es, nunca del todo atenuadas. Estas superficies de alba, algunas incendiadas por la luz del trópico, como claridades ganadas a la intemperie, hacen voces de vida plena al pensamiento del corazón.
Atmósferas de trazos emotivos, algunas vegetales o marinas, iluminan y fertilizan el presente desde la memoria viva. Son intersticios y hallazgos de luz en convivencia, rasgos expuestos como elevaciones ritmadas estallando en flotación, no detenidos pues el vacío los alienta y cobija mientras la energía, estructurada en armonías cromáticas, los moviliza como fuelle, como respiración, hálito vital.
Con la luz incesante del trópico, del cielo y su mar, estas pinturas revelan, diáfanas, transparentes, el aparecer de la memoria, para que se devele y preserve el paisaje que se amó. Así, fraguadas con fidelidad y pasión, no habrá ya pasado que no pueda convertirse en otra vivencia, que no pueda ser recreado y actualizado.
Son pinturas y deudas de amor, visiones e instancias vertiginosas, imágenes en metamorfosis, intersecciones y concordancias sin traumatismos llenas de agradecimiento y profunda alegría; son solicitudes, movimientos, re-imaginaciones de experiencias que no tienen como fin un resultado sino propiciar nuestra participación en su recorrido y evolución, en su deseo, como tránsitos y travesías donde mirarnos.
Manchas y pinceladas anchas, lisas, dinámicas, fluidas, entrecruzadas, que esparcen luminosidades en una danza de historias reconstruyendose nuevamente. Algo en ellas se nos ofrece y pide posponer nuestras aprehensiones y defensas, ser recepctivos, abrirnos sin más. Para nunca más ser ocasos sino auroras.
Cuadros que son hábitat y reservorios, reminiscencias, lugares para la contemplación y la reflexión, para la tregua, donde el color y la mancha se tornan volumen, cima y simas, riscos, mar, nubes y bosque, flora imaginaria, celeste. Son cantos en celebración, naturalezas vivas, paisajes para humectar un vivir saturado de inclemencias y abrazador, para poder fluir, en armonía y correspondencia, con un universo todavía posible y magno.
Luis Eduardo Cabrera
Caracas, abril de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario